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La depresión, un reto para la salud pública en Europa

2015-02-17

La FEPSM, la SEP y la SEPB destacan que discapacidad, aislamiento social, pérdida de productividad laboral y de calidad de vida, morbi-mortalidad y costes económicos son las principales consecuencias de la enfermedad; una patología con tendencia a la recurrencia y a la cronificación que, todavía hoy, se mantiene infradiagnosticada e infratratada y sobre la que pesa el estigma social.

La depresión, un reto para la salud pública en Europa De izda. a dcha.: Prof. Miguel Gutiérrez, presidente de la SEP; Prof. Miquel Bernardo, presidente de la SEPB; Prof. Jerónimo Saiz, patrono de la FEPSM; y Prof. Miquel Roca, presidente de la FEPSM.

Discapacidad, aislamiento social, pérdida de productividad laboral y de calidad de vida, morbi-mortalidad y costes económicos, principales consecuencias de la enfermedad. Una patología con tendencia a la recurrencia y a la cronificación que, todavía hoy, se mantiene infradiagnosticada e infratratada y sobre la que pesa el estigma social.

La depresión constituye un reto para la salud pública, ya que su prevalencia es muy alta: el número de personas que la sufren a lo largo de su vida se sitúa entre el 8% y el 15%. Se encuentra entre las tres primeras causas de discapacidad -la primera en 2030 según las previsiones de la OMS- y genera unos costes individuales, familiares y sociales muy elevados. En Europa representa una de las primeras causas de pérdida de productividad, jubilación anticipada y ausencia laboral debida a enfermedad y su peso crece cada año (Curran, 2007).

Así se ha puesto de manifiesto hoy en el encuentro informativo organizado por la Sociedad Española de Psiquiatría, la Fundación Española de Psiquiatría y Salud Mental y la Sociedad Española de Psiquiatría Biológica, en colaboración con Lundbeck.

En España, el riesgo de que la población general desarrolle, al menos, un episodio de depresión grave a lo largo de la vida es casi el doble en mujeres (16,5%) que en hombres (8,9%) (GPC, 2014), mientras que el porcentaje de personas que padece anualmente la enfermedad es del 4% (Gabilondo, 2010). Según datos recogidos en la “Estrategia de Salud Mental del Sistema Nacional de Salud”, España es el país europeo con las tasas más altas de síntomas depresivos en población de edad avanzada. Se estima que un total de 1.868.173 personas sufrió esta enfermedad en 2013.

En opinión del doctor Miguel Gutiérrez, Presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría, "para que la depresión sea una prioridad sanitaria como otras enfermedades crónicas hacen falta buenos estudios epidemiológicos y de costes directos e indirectos que pongan de manifiesto la magnitud del problema. También es necesario dejar de considerar las enfermedades psiquiátricas, y entre ellas la depresión, como enfermedades estigmatizantes”.

Para el doctor Jerónimo Saiz, Jefe de Servicio de Psiquiatría del Hospital Ramón y Cajal de Madrid, “la repercusión que tiene padecer una depresión es devastadora en muchos ámbitos vitales y también difícil de comprender en quien nunca ha sufrido esta enfermedad. La pérdida de autoestima y la consideración negativa y culpable sobre sí mismo dibujan un panorama en el que no hay lugar para ningún sentimiento favorable ni que sostenga una mínima calidad de vida o sensación de bienestar”.


El diagnóstico y tratamientos adecuados ahorrarán costes y sufrimiento

La prevalencia de la depresión está aumentando (Hidaka, 2012) y, sin embargo, su diagnóstico y tratamiento distan de ser los adecuados. Existe, en la práctica, la percepción errónea de que esta enfermedad está suficientemente tratada, e incluso que consume un volumen excesivo de recursos. Esta percepción se sostiene a partir de la dificultad de un diagnóstico certero; cierta banalización del problema por confusión con trastornos más leves del estado de ánimo y el estigma social, que tiende a ocultar la realidad. 

En este sentido, el Dr. Gutiérrez recuerda que “no se debe confundir lo que son alteraciones del estado de ánimo normales con enfermedades depresivas”, mientras que el doctor Miquel Bernardo, Presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría Biológica, insiste en que “el reconocimiento y diagnóstico de la depresión deben ser mejorados. Los nuevos sistemas clasificadores ayudan a un planteamiento más objetivable y medible de la depresión y de la respuesta al tratamiento. Persisten altos grados de refractariedad al tratamiento y son necesarios nuevos fármacos efectivos y bien tolerados”.

En cuanto al estigma, el Dr. Saiz defiende que “es arcaico, irracional, injusto y no tiene fundamento. En la depresión tiene que ver, sobre todo, con la consideración de que el enfermo es débil, podría hacer más por sí mismo y, en último término, suponer que lo que sucede es responsabilidad suya y que más que un problema de salud es una manifestación de fragilidad de carácter o falta de voluntad. Es preciso comprender y tener la empatía necesaria para apoyar a estas personas que no son culpables sino víctimas de una enfermedad”.

Además, entre las razones que explican el infradiagnóstico e infratratamiento de esta enfermedad crónica se encuentran también la escasez de tiempo en la entrevista clínica; elevada presión asistencial existente entre los médicos de atención primaria y especializada; enmascaramiento de los síntomas; e inexistencia de pruebas complementarias específicas ni de marcadores biológicos.

Algunos estudios indican que el número de pacientes con depresión diagnosticados por el médico de Atención Primaria se sitúa entre el 42% y el 72% del total de pacientes deprimidos. De modo que este nivel sanitario se erige en un pilar fundamental para el efectivo abordaje de la depresión.

Para el doctor Miquel Roca, Presidente de la Fundación Española de Psiquiatría y Salud Mental, “los trastornos depresivos constituyen un importantísimo factor de distorsión en las consultas de Atención Primaria: dificultad para el diagnóstico, síntomas en ocasiones más “físicos” que “psicológicos” o la estigmatización que rodea a las enfermedades mentales contribuyen de manera decisiva a esta situación y a carencias o retrasos diagnósticos y terapéuticos. Diferentes trabajos publicados cifran en un 50% los trastornos depresivos que no reciben tratamiento o no el adecuado (psicofármacos o psicoterapia o combinación). En estudios españoles como el estudio SCREEN los trastornos depresivos se encontrarían en cerca del 20% de los pacientes atendidos en Atención Primaria”.

Según el estudio llevado a cabo para estimar la prevalencia y comorbilidad de los trastornos mentales más frecuentes en atención primaria en España (Roca et al, 2009), el 53,6% de los 7.936 pacientes analizados presentaban uno o más trastornos psiquiátricos. Los más prevalentes fueron los trastornos afectivos (35,8%), de ansiedad (25,6%) y somatomorfos (28,8%).

Los síntomas residuales de la depresión son frecuentes, no solo entre los pacientes que no responden al tratamiento sino también entre los que alcanzan una remisión parcial. La presencia de estos síntomas se considera clínicamente relevante y se asocia a un curso negativo de la depresión ya que el riesgo de recaídas, recurrencias, suicidio y discapacidad social se ve incrementado (Roca et al., 2011). Se ha observado que los síntomas residuales están más presentes entre los pacientes que alcanzan más tarde la respuesta, que entre los que responden antes (Roca et al., 2011). De ahí la importancia de la detección y aplicación precoz del tratamiento.

Alcanzar la remisión y minimizar los efectos adversos –y, en consecuencia, reducir las recaídas- sigue representando un reto en el tratamiento de la depresión, que encuentra en la falta de adherencia terapéutica uno de los principales desafíos para el correcto abordaje de la patología, ya que hasta el 43% de los pacientes abandona el tratamiento y otro porcentaje importante no lo cumple como le ha sido prescrito.

Los datos señalan que cada episodio depresivo incrementa la probabilidad de una recaída posterior. Aproximadamente, un 60% de los pacientes que ha sufrido un episodio depresivo presenta al menos una recurrencia a lo largo de su vida (Yiend, 2009).

En cuanto a la investigación en torno a esta patología, “las líneas más prometedoras se encuentran la neurobiología de la depresión, el cerebro depresivo como resultado de la interacción gen/ambiente modulada por los factores biológicos, psicológicos y sociales y las nuevas aproximaciones terapéuticas: biológicas, farmacológicas y psicológicas”, explica el Dr. Bernardo.


Elevado impacto en la calidad de vida

Además del principal impacto en la calidad de vida del paciente, la depresión también afecta significativamente al funcionamiento en los ámbitos social y laboral, y traslada el sufrimiento a la familia y al entorno inmediato.

Los síntomas cognitivos son muy frecuentes en personas que sufren una depresión. Estos pacientes suelen presentar problemas para concentrarse, así como distracciones y dificultades para llevar a cabo sus tareas habituales. Son muchos los estudios que demuestran que la depresión se asocia con una disminución de las funciones cognitivas y que éstas se mantienen afectadas una vez que los pacientes se recuperan, como queda patente en el reciente estudio "Función cognitiva después de la remisión clínica en pacientes con depresión melancólica y sin ella: estudio de seguimiento a 6 meses" (Roca et al, 2014).

Las alteraciones cognitivas más comunes en la depresión son la pérdida de memoria, la falta de la capacidad de concentración y atención, dificultades en ejecución de acciones y pérdida de flexibilidad cognitiva. Estas alteraciones tienen un claro impacto en la vida cotidiana y laboral de los pacientes al potenciar su dificultad para tomar decisiones adecuadas y obstaculizar su recuperación.

La depresión constituye, además, una de las principales causas de baja laboral por incapacidad temporal y permanente en nuestro país. Pero aún en ausencia de baja laboral, con la depresión se reduce sustancialmente la capacidad de la persona para trabajar de manera efectiva, asociándose esto a pérdidas significativas de la productividad (“presentismo”), incluso por encima de la mayoría de las enfermedades crónicas (Kessler, 2001).

De entre todas las enfermedades que generan discapacidad, los trastornos mentales graves, entre los que se incluye la depresión, son los que se asocian con las tasas más altas de desempleo (OMS 65ª Asamblea Mundial de la Salud).

Se estima que la depresión representa el 3,8% del total de años de vida ajustados por discapacidad para la población europea. La estimación de la prevalencia para España realizada en el mismo estudio es del 4,33% (Ferrari, 2013).

Por otro lado, los pacientes con depresión tienen un mayor riesgo de desarrollar enfermedades cardiovasculares (accidente cerebrovascular e infarto agudo de miocardio), diabetes, otros trastornos psiquiátricos y ser consumidores de drogas. Según los datos de la Encuesta Nacional de Salud (ENSE) 2011-2012, el 68,4% del total de enfermos con depresión y/o ansiedad percibe su estado de salud entre regular y muy malo (33,7% en el resto de enfermos crónicos, y 28,1% de la población total española). De hecho, la morbi-mortalidad por otras causas (especialmente oncológicas y cardiovasculares) es superior a la de la población general.

El suicidio se relaciona con una gran variedad de trastornos mentales graves y, en el caso de la depresión, el riesgo es 21 veces superior a la población general. La tasa de prevalencia del suicidio en España está en el entorno del 6,5-7 por 100.000 habitantes. Esto significa cerca de 10 muertes por suicidio cada día, la primera causa de muerte no natural.

En lo estrictamente económico, la carga de la depresión es considerablemente alta, y esto se ha hecho mucho más evidente en las últimas décadas (OMS, 2004; Goff VV, 2002). Un estudio realizado en 28 países europeos estimó que el coste de la depresión en 2004 fue de 118 billones de euros, significando un importe de 253 euros por habitante, lo que representa un 1% del producto interior bruto (PIB) europeo (Sobocki P, 2006).

Sin embargo, sólo el 30% del coste de la depresión en Europa (Sobocki P, 2006) y el 36% en España (Sicras-Mainar, 2012; Sicras-Mainar, 2010) se atribuye a costes directos, mientras que el resto se relaciona con los indirectos.

En España, el impacto económico de la depresión es aún más importante cuando los episodios se hacen recurrentes (Gili M, 2011), y además, varía según la respuesta del paciente al tratamiento recibido. En este sentido, se ha observado que un paciente con respuesta inadecuada tiene un coste asociado de casi el doble comparado con un paciente en remisión, tanto en costes directos (857,2€ vs. 443,2€, respectivamente) como en costes por pérdida de productividad laboral (1.842,0€ vs. 991,4€, respectivamente) (p<0,001) (Sicras-Mainar, 2012).  

Recientemente, la revista de la Sociedad Médica de Canadá publicó un editorial titulado “La Depresión merece ser tratada mejor” en el que se concluye que, a pesar de que se necesite un volumen sustancial de recursos, el alto coste de la depresión para los individuos, sus familias y la sociedad en su conjunto justifica sobradamente el gasto invertido.

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